
La noche del 8 de abril, Carolina Pérez Flores buscaba un respiro en medio del dolor. Había decidido salir a festejar su cumpleaños en el Jet Set, un local emblemático de Santo Domingo, pese a la reciente ausencia de su esposo. Su intención era sencilla: distraerse, rodearse de amigos, regalarse un instante de alegría.
Minutos antes del desastre, el artista Rubby Pérez le dedicó un saludo desde el escenario. Fue un gesto cálido que, sin saberlo, marcaría el cierre de su historia. Poco después, el techo del establecimiento cedió sin advertencia. Carolina, atrapada entre los escombros, no logró sobrevivir.
Su partida resonó con fuerza. No solo por las circunstancias, sino por el simbolismo de su último intento de sonreírle a la vida. En el lugar del derrumbe, ahora convertido en altar urbano, se acumulan velas y flores como testimonio del duelo colectivo.
Las autoridades investigan fallas estructurales mientras la indignación crece. Las voces que claman responsabilidad se mezclan con el silencio de quienes, como Carolina, solo querían vivir un momento distinto.